La escencia...

Consideramos al relato de una experiencia de pesca con mosca, como algo extremadamente sensorial. Desde lo visual y literario, cada salida de pesca se expresa libre de egoísmos, despojados de los espejismos de las recetas y con la permanente e inefable búsqueda de lo bueno, lo puro y perfecto.

Pescando el Arroyo Tercero.

La luz del día se habría entre las sombras.  Dibujando siluetas  oscuras en la montaña. Todo sonaba frío… azul.  Mientras el camino solo nos llevaba al puesto.

Ahí… nuestro guía, Don Antonino Ibazeta, nos esperaba con la sonrisa generosa del que solo eso… tiene para darnos. Las mulas y caballos deperchados, nos esperaban con monturas hechas de lana y trapo, y cuanta manta hubiera por ahí.



A lomo de mula, cuatro horas en ascenso, solo interrumpidas para armar algún fuego amigo. Que nos daría calor oportuno y fuerzas para llegar al arroyo. El el camino, casi imnotico el crujir de las herraduras en las piedras acompañaban cada paso de nuestras bestias. Decenas e interminables quebradas, acarreos y laderas... subíamos y bajábamos  El cuerpo y nuestro animo... lo denunciaban.



Entrabamos sin aviso en la Pampa Helada. De sombras y abandono, de viento criminalmente helado. Los dientes, la cara y el vapor de las trufas de las mulas nos lo anunciaban. Fueron minutos, tal vez horas... no lo se.  Pero.. como alucinación,  aparecía al sol, en la lejania de la quebrada, una construcción humana en el medio de la nada. O a menos, de la nada de nuestros días  Las memorias contaban de los años de esplendor de las vías  del camino, de las almas que por ahí pasaron. Hoy, es testigo a voces, de quien quiere leer de los días aquellos. Días que truncara el asesino de hielo del Plomo.



El refugio de piedra, nos daba cobijo. Mientras cada centímetro de piedra, cada lata herrumbrada, cada escrito en el revoque... quería contarnos una historia, nos invitaba a quedarnos, a hacernos amigos.  Los muros gastados y ajados, eran hojas verdes del libro de la aventura. Podíamos imaginar a cada uno de los nombrados. Los que intentaron de alguna forma, inmortalizar la hazaña. 



La mesa y los bancos de madera, nos dieron hogar, para reponer fuerzas en el viaje. Solo un pan casero, y unos quesos.  Estantes de promesas, de las velas, de los vidrios vacíos,  de las estampidas sagradas y no tanto, habían sido historia en eses lugar. Esas historias que jamas veremos en los libros de papel. Solo las leemos en las huellas de camino.



Nos esperaba a minutos, el cruce del río. Aguas profundas que las mulas y los caballos deberían superar, pese a los corto de la trancada. Acá no hay expertos ni baqueanos que valgan  Es la astucia del animal para no dejarse voltear por el torrente. Es el río y el animal... solamente. Así, temerosos, enfrentábamos el azul verdoso de la corriente.

Dos horas mas de mula, y por el seno mismo del valle, nos mostraría el Fiero de los puesteros. Arroyo despojado, humilde y sencillo, pero nunca fiero. Calumniado quizás por lo humilde... pero en su cualidad... la belleza de lo simple, lo real, autóctono y verdadero. Con semblante de mujer, nos mostraba sus caras, sus lineas y sus intrigas. Aunque nunca escondió nada, su sinceridad nos dejaba leer cada rincón.




Llegamos al amparo de un pedregullo con infulas de campamento. Solamente unas piedras grandes entre los Huencú.  Ahí nos agrupamos aconsejados por Antonio. El que ya tenia años de vivac en el lugar. Lo decían sus historias, y su Palo Sagrado, sacado entra las piedras. Palo que seria nuestra columna para asar la carne, previo el recurado adecuado. Lo raspaba con el cuchillo y lo volvía a quemar a la llama... así estaría listo para ensartar el vacío.


Organizados, preparábamos las #1, para emprender la experiencia. Nos acercábamos sutilmente al arroyo y podíamos ver a las Arco Iris nadar. Comiendo arriba y abajo indistintamente. Cada paso era medido, pensado y asimilado al silencio eterno del lugar. 

Los clastos, no mostraban rastros de una reciente crecida, y efemeras todavía con algunos residuos de sedimento. El termómetro se animaba apenas... a marcar cero grados. Todo deveria estar dormido, aletargado. Pero sorprendentemente, la vida estaba a pleno. 




Podíamos interpretar que a esa altura, a 2.580 m.s.n.m, no deberían haber salmonidos. Como suponíamos en el Arroyo Grande de la Quebrada, que se halla casi a la misma altura. Pero acá  era la excepción que daba por agua esa teoría  nuevamente. También lo habíamos experimentado en el Limpión de los Guanacos en el Ranchillos Superior a 3000 m.sn.m.




Podíamos adivinar, y ver... gracias a la Go Pro Tech, operada por Nicolas Aguilar, a nuestras truchas comer. Agazapado... presentaba up stream  mi Pheasant Tail, con un tippet 7 x de Orvis, y un Leader Torcionado Duck Master de 1,50 metros. Embriagado por la ansiedad y la emoción  podía sentir la tomada en mi garganta... como adivinando. Estaba pescando a mi trucha, a la vista. La veía comer arriba. Suavemente y a unos milímetros de la tensión superficial, toma mi mosca. suavemente la clavo. Casi  sin lucha, pacta. Se entrega... y la devuelvo. Renovando el pacto con la vida frágil de la montaña. Una pequeña Arco iris encalla en la arena de la rivera del arroyo. Sin muerte, la púa sale del cartílago y vuelve a su medio.



Mas arriba, decena de formaciones, me ofrecían iguales truchas. Todas con un promedio de 350 gramos.

Unos metros abajo, Anibal, presentaba sus plumas, con buenos engaños pero sin captura. Estaban muy sensibles y esquivas a la hora de tomar.  



Fueron dos horas de pesca, cuando Antonio, nos llamaba arduamente. Suspendidas las labores para abordar nuestro asado al palo santo, entre vinos y brindis las historias fluían a flor de labios. La magia del vino y la carne... en alquimia con la montaña el arrullo del agua y el susurro helado del viento. Las historias de mulas, truchas y viajeros, nos adentraban en las sombras gélidas de la tarde.  

Con escasas horas de pesca y muchas de mula, pescamos suficiente, con truchas ingenuas, sanas y musculosas. En aguas cristalinas y bellas. Fueron mas de diez Arco iris de 350 gramos promedio.



El baqueano  no apuraba para el retorno, la sombras del frío nos sorprenderían el la vuelta, a la altura de la Pampa Helada. Ahí... donde los dientes crujen de frío. 

Las mulas listas nos bajaban como almas deambulando. Hasta creo... haber dormido arriba de su lomo. Hora tras hora, bajamos con el río de compañero. Entre sueños... soñábamos con las truchas que aun no pescamos. END



Autor: Jorge Aguilar Rech.
Edición: Jorge Aguilar Rech.
Fotografía: Nicolas Aguilar y Jorge Aguilar Rech.
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Video: Nicolas Aguilar y Jorge Aguilar Rech.
https://vimeo.com/68495896
Conocedor: Antonio Ibazeta.
Pescadores: Anibal Espronceda, Jorge Aguilar Rech
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