La escencia...

Consideramos al relato de una experiencia de pesca con mosca, como algo extremadamente sensorial. Desde lo visual y literario, cada salida de pesca se expresa libre de egoísmos, despojados de los espejismos de las recetas y con la permanente e inefable búsqueda de lo bueno, lo puro y perfecto.

Calmuco. Alma de los Andes Centrales

Sola... pura, imponente. Tan clara y tan oscura. Misteriosa. Es el agua quieta, agua Calmuco en el corazón de la Cordillera de Los Andes Centrales. Ella guarda sus secretos, cobija a sus hijos foráneos con recelo. Como la madre que adopta. Lo hace acompañada del abrasante sol y el implacable soplido del viento. Los alimenta, los guarda... los protege


Quizás no deba nombrarla por su nombre. Tal vez sea mejor que pocos la conozcan. Ella es una gran gota de agua en el medio de la roca. Ella es agua calma... agua blanca, agua azul celeste que se roba el cielo entre suspiros de brisas.


Madre de grandes truchas arco iris, cubiertas en su manto de agua. De enormes cangrejos que son manjar de salmonidos,  pumas, choiques, gaviotas y gansos.  Laguna perdida y confundida de lengua. Mapuche, mongol, quien sabe. Como una paria alegoría a la sinrazón, con intenciones de emular tonos indígenas ella transcurre en el tiempo.

Te encontramos despues de un largo camino hacia el sur de Mendoza. Punzando como puñal, la legendaria ruta 40, entre horizontes de montañas y verdes secos... de pampas interminables. Salíamos al cierre de un dia tal, mientras la noche nos acunaba en el viaje. Y el adormecimiento entre mates e historias, nos doblegó en sueños de truchas y batallas eternas.

Un inmenso sol fuxia, de violetas y celestes nos abría el camino y nos mostraba la mañana de aire puro y silencio. La 221 polvorienta de historias anónimas, se habría entre chivos y corderos patagonicos. Habiamos dejado atras... al Payun Matru y al sur, lejos divisamos las espaldas de Yihuin Huaca. Rodeados e inundados de costuras a montañas. Tan lejanas que se nos detenían el tiempo en un letargo de sueños mañaneros.

En instantes... un grupo de animales... un caserío, nos despertaba y nos recibía Calmuco. Flanqueados como choco de carreta por el Arroyo El Vatrito.


Un casco de los años 50, intacto. nos daría lugar. Olía a casa, a cobijo. Los minutos del dia, valian oro. Las horas de luz cotizaban mucho,  a la hora de adentrarnos a la pesca embarcada. Rápidamente preparamos el equipo. Y partimos...La laguna estaba a unos kilómetros, escondida.


Fuimos hacia allá a buscar el ansiado espejismo. Como de otro mundo, de esos mundos que hemos sabido destrozar. Con la ignorancia de la basura, los venenos, las modalidades y la depredacion. Pero aquí, la vida silvestre se aprecia en cortos de máxima belleza. Apenas el alba despunta, y el sol calienta el verde, el agua y el yermo pedregullo, decenas de choiques seguían a nuestra camioneta. Liebres, y chinchillones nos miraban pasar. Millares de gansos, gaviotas, teros y garzas chillaban nuestra invasora presencia. Algunos huían al vientre de la laguna.

Un viejo puesto silente, casi ausente se había levantado del barro mismo de la vega y se escondía entre algunos árboles. Dominante... pero sencillo vigilaba desde la cabeza de la vega. Dos viejos... concentraban como únicos tesoros unas decenas de corderos. Dos guardianes del lugar, almas cargadas de historias, de centenares de dias en sus dias planos. Historias que al mirarlos a los ojos, caían en cascadas y apenas eran pronunciadas por sus bocas. Eternos ellos, entre los embates del invierno crudo y el calcinante verano. Entre la soledad y el único consuelo de tenerse el uno al otro indefectiblemente.


Después de unos  largos minutos, llegábamos a la costa del lago. La brisa era casi imperceptible. El sonido del silencio... de la  nada, el vacío de bullicio del gentío, era imperante. Quebrandose abruptamente con el chillido de alguna gaviota. El espejo del agua, reflejaba el cielo,los verdes y las montañas en perfecta simetría.


En el filo del agua, el cataraft era cómplice de nuestra travesía. El cielo para ese instante de cubría de algunas nubes que finalmente darían descanso al termómetro y bajaría sensiblemente la temperatura. Como promesa andina ... las brisas comenzaron suaves.


La estrategia era navegar a unos treinta metros de la costa, aprovechando la leve brisa que susurraba. Escudriñando los palerios, los verdines y pozos, donde sabíamos... estaban. Unos metros adentro del espejo, nos dejaba perplejos de la inmensidad sincera y franca del paisaje, de la imponencia innegable de la escala de la naturaleza, de la paz que siempre aquieta mi alma y me deja en trance. Éramos un insignificante punto celeste en el verde del lago... tan pequeños entre ellos, en el medio de los Andes. Mas tarde, nos iriamos con las plumas y los punzantes alambres, al profundo  del lago.... buscandolas. Pero ya avanzado y pasado el mediodía el pique era totalmente nulo.

Imitaciones de Pancoras en alambre #6 y lineas de 200 grains, fast V no lograron  el ansiado contacto.


Ya a media tarde el oportuno descanso nos largaba a la costa. Derrotados... pero en pie seguimos buscando a nuestro pez. El vadeo resultaría ser muy intenso pero oportuno. Metro a metro las buscaríamos inútilmente. Moscas, líneas y estrategias de tripeo... nada daría como resultado un pez, un toque. 


El cansancio de las horas, el cast intenso y la falta de capturas nos tiraban la moral por el piso. Agotados, replegamos a tomar unos mates en el puesto. Para recuperar el ánimo para el día siguiente, a llenarnos de historias el alma para el resto de nuestras vidas.


Ya las horas bajas nos susurraban los cuentos de la noche. Nos íbamos relajando. Esas brisas de la tarde que te adormecen entre mates y horizontes rosados. Entre charlas y charlas, nos dabamos cuenta que la temperatura alta, había adormecido a nuestras truchas. Debíamos amanecerlas... debíamos pescarlas con baja temperatura... así las podriamos hallar activas.

La noche nos prestaba su poncho negro bordado  de estrellas y tonos amarillos, verdes que  solo la el ojo de la Canon podría capturar. Las hadas del vino sabio, que  remedio para las carnes del cordero al horno que cenamos, nos venían a buscar, silbando runas de pescadores andinos, hasta dormirnos en el sueño reparador.


El alba nos llamaba a pescar. casi impulsados por un ente, aun dormidos ya teníamos el wader puesto. En un abrir y cerrar de ojos... estábamos nuevamente en el cataraft lanzando a la profundidad del lago.

La temperatura era apenas templada. Las ventolinas de la mañana apenas ondulaban el manto del agua. Ahí estábamos nuevamente... Anibal, Pablo y yo. Nuestras cañas orientadas siempre hacia la costa, nos posicionamos en los alrededores de la desembocadura del arroyo.


Una Muddler negra, fue la embajadora de la primer captura. Nuestro ansiado y buscado contacto. Ahí, en lo profundísimo, cuando la línea de oscura ya era vertical, tomó la primera arco iris. Contundente y violenta.  Corrida de unos instantes para llegar al copo de Pablo y así a manos de Anibal, su captor. Se notaba bien comida, su estómago cirugía de cangrejos. Su escaso color denotaba que podía residir en el fondo.


Devuelta al agua, lentamente se dirigio al su profunda guarida. La batalla fue como una explosión de adrenalina, corta pero tenían poca reserva de energía.


Pasaron las horas y seguíamos trabajando el mismo y profundo pozo. La misma mosca, casi en el mismo sitio... una suave tomada inicial, seguida de una explosión de furia de unos minutos y luego cansadas, se entregaban a la red del copo.  Perfectas, sanas... bellas. Truchas increíblemente grandes.





























Calmuco cierra en el atardecer. Las luces se ponen serias, y crecen las sombras. Baja el sol... otro escenario se presenta. Quedan en la garganta, esa angustia de no haber pescado lo ansiado, ese gusto a poco, y con el consuelo de al menos haber estado ahí. La laguna estaba caliente y esa condición, había adormecido a sus hijos a un letargo momentáneo. Nos ivamos y la mirada última se perdía,intentando retener ese instante. Añorando el retorno paso el dia. END


Autor: Jorge Aguilar Rech
Fotografía: Pablo Aguilar
Protagonistas: Jorge Aguilar Rech, Pablo Aguilar y Anibal Espronceda
Drone: Sebastian Pulido
Edicion: Pablo Aguilar para PeixAR filmmakers
Agradecimiento: Pablo Balmaceda

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