Ya en la víspera de la
salida los preparativos no presentaban mayor dificultad, una mochila con lo
necesario, la caña, un pinche para los chorizos, pan y el tanque lleno de la
camioneta. Me levante temprano y luego de pegarme una ducha, mientras me tomaba
un café, iba repasando todo mentalmente a fin de no olvidarme nada, pase a
buscar a Cristian y nos dirigimos a Uspallata al encuentro de Agustín.
Nuestro destino era un arroyo de la zona, lo conocíamos bien y habíamos estado en contacto durante la semana por lo que sabíamos que nos iba a acompañar el buen clima durante la jornada. Luego de recoger a Agustín llegamos a nuestro destino e inmediatamente comenzamos a preparar nuestras cañas y mochilas de marcha mientras nos poníamos al día ya que hacía varias semanas que no nos veíamos ni conversábamos con la tranquilidad de quien se sabe con tiempo.
Sinceramente no tengo un vívido
recuerdo de la pesca de ese día, no podría yo decir si las capturas fueron
buenas o fueron muchas, solo puedo describir esa sensación de plenitud y
felicidad que se experimenta al estar con amigos en paz, en un lugar sin ruido,
en un lugar sin tiempo, en un lugar donde se puede escuchar lo que uno piensa y
bajar las revoluciones mentales que nos aturden.
Terminamos el día y luego de
unos choris cargamos todo a la camioneta y emprendimos el regreso, charlamos
los tres un poco más y dejamos a primero a Agustín entre despedidas y planes
para la próxima salida.
Trece días después, un lunes
a la mañana, recibía una llamada diciéndome que Agustín había fallecido en un
accidente de tránsito. No hubo nada que me hubiera podido advertir o preparar
para ese momento. Uno nunca piensa en ese tipo de cosas, uno nunca espera que
las personas excepcionales que nos rodean se vayan de un día para el otro, uno
no acepta la irreversibilidad de ciertas cosas.
Tarde muchos meses en volver
a empuñar una caña. No me pregunten por que, era solo una enorme tristeza, un
agujero pesado en el pecho, una negación infantil que me mantenía alejado de
aquellos lugares en los que en mis recuerdos estaba mi amigo.
Eventualmente volví a caminar la vera de un arroyo y me encontré
divagando y pensando en Agustín, maldiciendo por su ausencia sintiéndolo
presente y eso me llevo a entender como en nuestra vida nos acompañan los
ausentes. Es así como en la inmensidad de la montaña, en la soledad del
pescador, en el silencio a gritos de la naturaleza, siento a mi amigo ausente
cerca, y mucho más cuando pesco. END
Autor: Pablo Borel
Fotografía: Pablo Borel
Edicion: Jorge Aguilar Rech
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