La escencia...

Consideramos al relato de una experiencia de pesca con mosca, como algo extremadamente sensorial. Desde lo visual y literario, cada salida de pesca se expresa libre de egoísmos, despojados de los espejismos de las recetas y con la permanente e inefable búsqueda de lo bueno, lo puro y perfecto.

Aquellos que siguen pescando con nosotros.

No hace mucho tiempo, hará cosa de dos años, nos dispusimos a hacer una salida de pesca por el día, el destino no era muy importante, cualquiera de ustedes comprenderá que eso suele suceder cuando la esencia de la salida es la experiencia compartida y no la pesca en sí. La organización era sencilla, un vehículo, tres pescadores, un sector de arroyo de no más de 2 o 3 kilómetros y unos choripanes para el almuerzo. Hasta acá nada fuera de lo habitual.


Ya en la víspera de la salida los preparativos no presentaban mayor dificultad, una mochila con lo necesario, la caña, un pinche para los chorizos, pan y el tanque lleno de la camioneta. Me levante temprano y luego de pegarme una ducha, mientras me tomaba un café, iba repasando todo mentalmente a fin de no olvidarme nada, pase a buscar a Cristian y nos dirigimos a Uspallata al encuentro de Agustín. 


Nuestro destino era un arroyo de la zona, lo conocíamos bien y habíamos estado en contacto durante la semana por lo que sabíamos que nos iba a acompañar el buen clima durante la jornada. Luego de recoger a Agustín llegamos a nuestro destino e inmediatamente comenzamos a preparar nuestras cañas y mochilas de marcha mientras nos poníamos al día ya que hacía varias semanas que no nos veíamos ni conversábamos con la tranquilidad de quien se sabe con tiempo.
  

Sinceramente no tengo un vívido recuerdo de la pesca de ese día, no podría yo decir si las capturas fueron buenas o fueron muchas, solo puedo describir esa sensación de plenitud y felicidad que se experimenta al estar con amigos en paz, en un lugar sin ruido, en un lugar sin tiempo, en un lugar donde se puede escuchar lo que uno piensa y bajar las revoluciones mentales que nos aturden.

Terminamos el día y luego de unos choris cargamos todo a la camioneta y emprendimos el regreso, charlamos los tres un poco más y dejamos a primero a Agustín entre despedidas y planes para la próxima salida.

Trece días después, un lunes a la mañana, recibía una llamada diciéndome que Agustín había fallecido en un accidente de tránsito. No hubo nada que me hubiera podido advertir o preparar para ese momento. Uno nunca piensa en ese tipo de cosas, uno nunca espera que las personas excepcionales que nos rodean se vayan de un día para el otro, uno no acepta la irreversibilidad de ciertas cosas.


Tarde muchos meses en volver a empuñar una caña. No me pregunten por que, era solo una enorme tristeza, un agujero pesado en el pecho, una negación infantil que me mantenía alejado de aquellos lugares en los que en mis recuerdos estaba mi amigo.

Eventualmente volví a caminar la vera de un arroyo y me encontré divagando y pensando en Agustín, maldiciendo por su ausencia sintiéndolo presente y eso me llevo a entender como en nuestra vida nos acompañan los ausentes. Es así como en la inmensidad de la montaña, en la soledad del pescador, en el silencio a gritos de la naturaleza, siento a mi amigo ausente cerca, y mucho más cuando pesco. END

Autor: Pablo Borel
Fotografía: Pablo Borel
Edicion: Jorge Aguilar Rech
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