La escencia...

Consideramos al relato de una experiencia de pesca con mosca, como algo extremadamente sensorial. Desde lo visual y literario, cada salida de pesca se expresa libre de egoísmos, despojados de los espejismos de las recetas y con la permanente e inefable búsqueda de lo bueno, lo puro y perfecto.

El Pircas que arde.

Un sueño inconcluso. Un grito de libertad de muchos, que aún resuena en mis venas, en mis batallas diarias y deseos de justicia.

Un arroyo perfecto, nacido en las entrañas de la Pacha Mama.  En las verdes vegas que son la placenta guardiana de su origen en el útero Campanario.  Arroyo que acuna, entre millares de pozones diminutos, a las últimas Fontinallis de arroyo, en la Provincia de Mendoza, República en Argentina.

Pescarlo en estas condiciones... atiborrado de alambradas, es por lejos incómodo. Un extraño sentimiento de angustia me anuda el estómago. Rodeado de las miradas de los arrebatadores, mas prepotentes que leídos, arengados por malditos proxenetas de tribunales que se hallan ahogados en expedientes jurídicos, dinero sucio y burocracia taimada,  mas que en el cumplimiento de las normas pactadas por todos. Esas mismas que nos hacen verdaderamente iguales. Cuan esclavo se puede ser siendo libre.


Nos paramos en la puerta de la casa de madera, al costado de la Ruta Provincial 94, como extraños conocidos. Intentando simular que no pasaba nada. Los caballos listos y el baqueano presto a la partida, armaba a la yegua carguera. Callados como tumbas, la brisa nos zumba en las orejas. Nos inundan los sueños de truchas y tal vez... los de libertad.

Comenzamos a adentrarnos en la Estancia entre caseríos y alambres mas atrevidos que legales.  Las rosas mosquetas nos arañaban el andar mientras las brisas se iban perfumando a yuyos materos. Como interpretar a la zarza malvada, a la maldita rosa, si nos cierra el arroyo al igual que las alambradas. Un metejón de sostenernos el paso impetuoso, el de las ansias de descubrir el lugar perfecto para pescar a nuestra trucha soñada.  Tal vez, sea tan injusto como injuriosa mi observación calificativa. Tal vez, el yuyo... sea solo como la madre y su crío, cuidando los mejores reservorios de peces. Para mantenerlos inmaculados ante tanta irresponsabilidad, ante tanta ignorancia.

Hijuelas del arroyo cruzaban el andar como gajos del mismo agua. Los metros de huella se sumaban tanto adelante como hacia arriba. Pasábamos caseríos abandonados, arboledas y corrales despoblados para adentrarnos a las quebradas del arroyo.

Veinte minutos mas adelante, pasábamos por la Quebrada de las Mulas y el pasillo se ponía cada vez más cerrado, y se ponía lenta la cabalgata. A estas alturas,a  más de 2.000 m.s.n.m, la altura se siente apenas en el aire. Tal vez... alguna puna atrevida se ve recompensada con  la vista directa al majestuoso Cerro El Plata, al norte lejano. La brisa fresca y permanente hacían abundante el aire.

Miles de pasos de pausados caballos para llegar a la estructura perfecta. Momento donde nos detuvimos. Despegados de la montura, bajamos los huesos doloridos,  las cañas y las botas. Los caballos ensillados seguirían más adelante, con el baqueano y la carga, esperándonos para el prometido asado. Hermano y amigo quien clavaría un delicado corte al palo de Rosa Mosqueta. La mas exquisita carne de novillito argentino, asada a la usanza. También, sabio regador de las mismas, con vinos de estirpe sincera, de esos que abren el alma, a los que se entregan al ritual del asado.


Preparamos las varas... en mi caso, mi irreemplazable y magnifica amiga Notoperla de bambú. Mi vara de pasto, de la misma estirpe del lugar. De 9 pies de largo y de carácter full flex.  Hija de la misma madera de nuestra tierra... franco bambú, perfecto,sensible y sutil. Creada por el rodmaker Pablo Capllonch. Las carbonadas, no superarían el #3 y compartirían carácter.

Tippet delicado como cabello de dama, ataría mi Pheasant Tail Red Ribbet en alambre #16. Apenas vinculadas al delicado fluorocarbón, serian profanadoras de cada bolsillo y corredera del arroyo. Como espías, mentirosas, engañadoras, implacables y terribles, intentarían imitar a las Ephemeras del lugar, desprendidas accidentalmente de algún fondo de canto rodado.

Bajaba en decena de actos, la minúscula mosca por cada corredera, por desvanecidas burbujas y profundizaban hacia los negros ocres del lecho. Acto de entrega de las brooks... de las fontinallis, que se prendían a mi engaño. Ignotas y perfectamente camufladas con el lecho, solo sus líneas blancas que definían sus aletas, hacían notar su presencia. Boca abierta de igual tono, contrastaban con el fondo y disparaban en mí, la acción de clavada inmediata. Profundas huidas se declaraban ante mi innegable jugada. Intentaban refugiarse, huir o desprenderse de tal aguja emplumada. Pero era inútil, el engaño había clavado el anzuelo firmemente. Luego se tomarlas en mis manos y casi sin sacarla del agua cristalina, retornaba a su guarida ocre. A partir de ahí, mi espíritu muta, entre satisfacción, regocijo y entro aun más, en un estado especial de conexión profunda.

Más adelante, las rosas mosqueta se cerraban mas. Pero nuestro ímpetu, superaba toda baya vegetal. En un reducido recoveco, solo un cast de arco, inventado por el maestro Mortensen, posicionaba a la mosca en el lugar exacto. Una boca blanca se abalanzaba sobre el minúsculo engaño. Se retorcía y el músculo declaraba un splash único y afónico, típico de las gordas. Así fue declarada la batalla descomunal en el estrecho espacio. Las fuerzas doblegaban al máximo la vara de bambú Los segundos se elongaban y parecían horas. El tippet renovaba la alianza entre los delicados nudos y resistía el embate. Segundos adelante, acunada por una lama verde, la tomaría entre mis manos, para observarla, y devolverla al agua.

En estos arroyos minúsculos, las escalas son distintas.  Contarlas... aún pesarlas, me parecería obsceno, inadecuado para alguien que considera a la pesca con mosca un arte. Solo se que cada una de ellas fue especial... única e irrepetible.


Que extraña necesidad de comprenderla, de contactarla y observar... un acto perfecto en el camino de la búsqueda de respuestas. Su mundo de agua, sus brillos, colores e instintos. Que torpe acto en mío, el que he llamado pesca, de clavar un anzuelo par tal fin. END

Autor: Jorge Aguilar Rech.
Fotografía: Jorge Aguilar Rech.
Edición fotográfica: Pablo Aguilar Rech para PeixAR filmmakers.
BROWN TROUT ARGENTINA
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Especial agradecimiento a la FUNDACIÓN AGUAS LIBRES, Altos Andes Flyfishing. Irigoyen Fly Shop y Sur Outfitters Flyfishing Experiences.